jueves, 31 de enero de 2008

Cómo ve las cosas el hombre

Juan se mueve en un mundo competitivo en el que todo hombre, en una situación dada, debe ocupar su lugar en un orden social: el de subordinado o el de superior. La comunicación sirve para fijar su posición, competencia, experiencia o valor. La independencia es de suma importancia para él. Por eso, cuando le dan órdenes de una manera exigente, Juan nota que se resiste. Ante la insinuación de que "no está haciendo su trabajo" se rebela, aunque lo que se le pide sea lógico.

Juan conversa básicamente para intercambiar información. Le gusta hablar de hechos, ideas y cosas nuevas que ha aprendido.

Cuando escucha, raras veces interrumpe al que habla, ni siquiera con expresiones breves de asentimiento, como "claro" o "sí", porque está absorbiendo información. Pero si está disconforme, posiblemente no dude en decirlo, en particular a un amigo. Así demuestra que le interesa lo que su amigo tiene que decir, explorando todas las posibilidades.

Si tiene un problema, prefiere encontrar la solución por sí mismo. Por eso quizás se aparte de todos y de todo. O puede que trate de relajarse con alguna diversión para olvidarse temporalmente del asunto. Solo hablará de él si quiere que le aconsejen.

Si un hombre acude a él con una inquietud, como hizo Carlos, se da cuenta de que su deber es ayudarle, pero procurando que su amigo no se sienta como un incompetente. Por lo general, además del consejo le contará alguna dificultad que él haya tenido para que su amigo vea que no es el único, que no está solo.

A Juan le gusta participar en actividades con sus amigos. El compañerismo significa para él hacer cosas juntos.

Ve el hogar como un refugio del mundo exterior, un lugar donde ya no tiene que hablar para demostrar lo que es, donde se confía en él, se le acepta, se le ama y se le aprecia. Aun así, de vez en cuando nota que necesita estar solo. No tiene nada que ver con Silvia ni con nada que ella haya hecho. Simplemente necesita estar un rato a solas. Le cuesta revelar a su esposa sus temores, inseguridades y sufrimientos. No quiere preocuparla. Su responsabilidad es cuidar de ella y protegerla, y necesita que ella confíe en que él lo hará. A pesar de que desea recibir apoyo, no quiere compasión. Esta le hace sentirse incompetente o inútil.

¿Se debe a la diferencia de sexo?

Hay quienes responderían que la reacción fue diferente por un simple detalle: Carlos es un hombre, y Silvia, una mujer. Los lingüistas creen que los problemas de comunicación en el matrimonio muchas veces se deben a la diferencia de sexo. Libros como You Just Don’t Understand (No comprendes) y Men Are From Mars, Women Are From Venus (Los hombres son de Marte, y las mujeres, de Venus) fomentan la teoría de que los hombres y las mujeres, aunque hablen el mismo idioma, tienen estilos de comunicación diferentes.

Indiscutiblemente, cuando Jehová creó a la mujer a partir del hombre, ella no era solo un modelo ligeramente revisado. El hombre y la mujer fueron ideados de manera exquisita y cuidadosa para complementarse mutuamente en sentido físico, emocional, mental y espiritual. A estas diferencias innatas hay que añadir las complejidades de la crianza y la vida de cada uno, así como el efecto moldeador que ejerce la cultura, el ambiente y el modo que tiene la sociedad de ver lo masculino y lo femenino. Debido a estas influencias se pueden aislar ciertos patrones característicos del modo de comunicarse el hombre y la mujer. Claro está que ni el "hombre típico" ni la "mujer típica" son fáciles de encontrar, y puede que solo existan en las páginas de los libros de psicología.

Las mujeres se caracterizan por su sensibilidad, aunque hay muchos hombres que son extraordinariamente cariñosos en su trato con los demás. Puede que el razonamiento lógico se atribuya más a los hombres; sin embargo, las mujeres muchas veces son de mente aguda y analítica. De modo que aunque resulta imposible decir que un rasgo en particular es exclusivamente masculino o estrictamente femenino, una cosa sí es cierta: el ver los asuntos como los ve otra persona puede marcar la diferencia entre una coexistencia pacífica y una guerra abierta, especialmente en el matrimonio.

La comunicación dentro del matrimonio plantea diariamente una enorme dificultad. Muchos maridos perspicaces atestiguarían que la pregunta engañosamente sencilla: "¿Te gusta mi nuevo peinado?", puede estar repleta de peligros. Cuando su marido se pierde durante un viaje, muchas esposas diplomáticas aprenden a no decir continuamente: "¿Por qué no preguntas a alguien?". En lugar de minimizar las aparentes peculiaridades del cónyuge y aferrarse con obstinación a las propias argumentando "es que soy así", los cónyuges que se aman no se rigen por las apariencias, sino que buscan lo que hay detrás. Eso no significa que cada uno deba estudiar fríamente el estilo de comunicación del otro; más bien, es cuestión de ver con cariño lo que la otra persona siente y piensa.

Tal como cada persona es diferente, también lo es cada unión de dos seres en el vínculo matrimonial. En vista de nuestra naturaleza humana imperfecta, el verdadero acuerdo de dos mentes y dos corazones no se produce por accidente; requiere mucho esfuerzo. Por ejemplo, es muy fácil suponer que los demás ven las cosas igual que nosotros. Con frecuencia satisfacemos las necesidades de otros como nos gustaría que satisficieran las nuestras, tratando quizás de poner en práctica la regla áurea: "Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos". Sin embargo, no quiso decir que lo que usted quiere también debe bastar a los demás, sino que así como a usted le gustaría que otros le dieran lo que usted necesita o desea, usted debería dar a otros lo que ellos necesitan. Esto es fundamental especialmente en el matrimonio, pues ambos cónyuges han hecho el voto de satisfacer las necesidades del otro lo mejor que puedan.

Silvia y Juan hicieron ese voto, y los dos años que llevan casados han sido felices. Sin embargo, aunque piensan que se conocen muy bien, a veces se presentan situaciones que revelan un incipiente problema de comunicación que las buenas intenciones por sí solas no pueden solventar. "El corazón del sabio hace que su boca muestre perspicacia", dice un proverbio sabio. En efecto, la clave está en mostrar perspicacia en la comunicación.

El esposo y la esposa: ¿hablan en realidad lenguajes distintos?

IMAGÍNESE que Carlos entra en la oficina de Juan cabizbajo y con aspecto apesadumbrado, sin poder disimular su profunda preocupación. Juan mira bondadosamente a su amigo y espera a que hable. "No sé si podré cerrar esta transacción —suspira Carlos—. Hay tantos obstáculos, y la dirección me está presionando mucho." "¿Por qué te preocupas, Carlos? —pregunta Juan en tono positivo—. Sabes bien que eres el más cualificado para este trabajo, y la dirección también lo sabe. Tómate el tiempo que necesites. ¿Te parece que este es un problema? Pues bien, precisamente el mes pasado..." Juan le cuenta los detalles graciosos de un pequeño fracaso que él tuvo, y poco después su amigo sale de la oficina riéndose y aliviado. Juan se alegra de haberle podido ayudar.

Imagínese también que cuando Juan llega a casa aquella tarde se da cuenta enseguida de que Silvia, su esposa, está disgustada. La saluda con especial jovialidad y luego espera a que le cuente por qué está así. Tras un tenso y sepulcral silencio, Silvia dice bruscamente: "¡Ya no lo resisto más! ¡Este nuevo jefe es un tirano!". Juan le pide que se siente, la abraza y le dice: "Cariño, no te disgustes tanto. Piensa que no es más que un empleo. Los jefes son así. Tendrías que haber oído cómo vociferaba hoy el mío. Pero si tanto te afecta, deja ese trabajo".

"¡Ni siquiera te importa cómo me siento! —replica Silvia—. ¡Nunca me escuchas! ¡No puedo dejar el trabajo! ¡Tú no traes suficiente dinero a casa!" Tras decir eso, se va corriendo al dormitorio y rompe a llorar desconsoladamente. Sorprendido, Juan se queda de pie frente a la puerta cerrada, sin entender lo que ha pasado. ¿Por qué han provocado reacciones tan distintas las palabras de consuelo de Juan?

miércoles, 30 de enero de 2008

¿Debería permitirse el divorcio?

POR la proporción de 3 contra 2, en junio de 1986 los votantes de la República de Irlanda mantuvieron proscrito el divorcio en ese país. Esto hizo de aquella república el único país de Europa occidental donde el divorcio todavía es ilegal.

Esto muestra que, a pesar de la oleada de actitudes y pensamientos liberales, el pasado todavía influye mucho en lo que piensa la mayoría de la gente sobre la cuestión del divorcio que tiende a agitar las emociones. Factores de raza, educación y ambiente social desempeñan su papel. Pero, sobre todo, el factor singular más importante es la religión o la falta de religión.

¿Qué piensa usted del divorcio? Si para una pareja casada el vivir juntos es causa de sufrimiento por obvia incompatibilidad, ¿debería permitirse que pusieran fin a su sufrimiento mediante el divorcio? ¿Cómo contestaría usted esa pregunta? Más importante aún, ¿qué base tendría para su respuesta?

Puntos de vista variados y en conflicto
Para los millones de personas que se adhieren a las normas católicas romanas, sencillamente no hay divorcio. "En el matrimonio cristiano —explica The Catholic Encyclopedia—, jamás puede haber divorcio absoluto [con derecho a contraer nuevas nupcias], por lo menos después que el matrimonio se ha consumado." Sin embargo, con ciertas condiciones la Iglesia Católica Romana otorga anulación, y muchos aprovechan este procedimiento. Por ejemplo, en abril de 1986 el periódico estadounidense The Denver Post informó: "Los católicos locales están pidiendo tantas anulaciones de matrimonios que la archidiócesis de Denver piensa invertir 250.000 dólares (E.U.A.) en más personal y una computadora para encargarse de la tarea". El informe añadió que "en la archidiócesis de Denver hay un atraso de tres años que afecta a 700 casos de anulación".
Por todo el mundo, protestantes de centenares de confesiones religiosas tienen que lidiar con muchísimas leyes eclesiásticas y reglamentos sobre el divorcio. Sin embargo, por lo general las autoridades protestantes no permiten el divorcio sino por razones graves. Pero lo que se considera grave puede variar mucho de una iglesia a otra. Se suelen aceptar ofensas como adulterio, crueldad y abandono, pero de ninguna manera son estas las únicas. Algunas confesiones religiosas ahora tienen ceremonias y servicios de divorcio, con el acompañamiento de himnos y oraciones como se hace en las bodas. En una ceremonia de ese tipo "se anulan los votos matrimoniales. La pareja entrega sus anillos de bodas al ministro. El servicio termina cuando el ministro pronuncia disuelto el matrimonio y la pareja se da la mano", informa el periódico The New York Times.

Los judíos tienen una tradición sostenida por tribunales religiosos. Las leyes rabínicas permiten el divorcio por convenio mutuo de los cónyuges o por razón de defectos físicos o conducta intolerable. Sin embargo, solamente se considera legal el divorcio cuando el esposo otorga un certificado de divorcio, y esto puede dar lugar a contiendas. Por resentimiento, puede ser que algunos esposos rehúsen otorgarlo, o quizás lo usen como medio de conseguir algo que desean. "Este problema ha dejado a miles de judías devotas en un doloroso limbo marital", dijo Andrew Stein, presidente del Concejo de la ciudad de Nueva York, en una reunión de rabinos, abogados y otras personas. En el moderno Estado de Israel se considera ilegal un nuevo casamiento de la mujer si no tiene el certificado de divorcio, y la prole, si hay alguna, adquiere la mala fama de bastarda.

En cuanto a los incrédulos y ateos, quienes supuestamente se rigen por las leyes del país donde viven, ni en su caso es sencilla la cuestión. Esto se debe a que la legislación sobre el divorcio difiere de país en país y hasta de sector en sector dentro del mismo país. Cierta autoridad alista unas 50 bases para el divorcio legal en diversas partes de los Estados Unidos. Entre estas están: "comportamiento sumamente indeseable e iniquidad", "ninguna probabilidad razonable de que el matrimonio pueda conservarse" y "negativa de la esposa a trasladarse a este estado con su esposo". Hace poco se eliminó hasta el último vestigio de un sentido de lo correcto y lo incorrecto por un tipo de divorcio que no reconoce culpas.


Todavía la situación confunde
Aunque se dice que muchas de estas leyes y reglamentos variados y contradictorios sobre el divorcio se basan en la Biblia, ¿han hecho más firme la institución del matrimonio o promovido la felicidad humana? La creciente cantidad de divorcios —en algunos países, de cada dos matrimonios uno termina en divorcio— da la respuesta clara. Estas leyes no solo no han podido fortalecer el vínculo marital, sino que también han aumentado el dolor y el sufrimiento en la vida de millones de personas.